sábado, 4 de abril de 2015

México SA


México SA

Carlos Fernández-Vega

México SA importaciones de pescados y mariscos 

En esta temporada que algunos consideran "santa", con todo y sus costumbres alimenticias, La Jornada informa que "en lo que va del presente siglo las importaciones de pescados y mariscos que realiza México se dispararon 936 por ciento o 10 veces más, indican estadísticas del Banco de México. En el año 2000, el país compró pescados, crustáceos y moluscos del extranjero por un valor total de 71 millones 322 mil dólares, pero en 2014 erogó 739 millones 148 mil por el mismo rubro que incluye pescado fresco, refrigerado, en conserva y congelado (excepto filete), así como crustáceos y moluscos en diferentes estados".

Lo anterior, más allá de las creencias y costumbres de algunos mexicanos, resulta verdaderamente alarmante para un país que como el nuestro tiene alrededor de 11 mil kilómetros de costas (con sus 12 millas de mar territorial y 200 millas de zona económica exclusiva) y que algún día –antes del huracán neoliberal categoría 5– contó con una respetable flota pesquera dedicada a la captura de una gran variedad de productos del mar, lo que prácticamente garantizaba la autosuficiencia.

Pero lo que no logró la madre naturaleza sí lo concretaron la corrupción y el neoliberalismo: "la tilapia es uno de los pescados más baratos y consumidos por los mexicanos, sobre todo en esta temporada de Semana Santa, pero ahora proviene principalmente de China, la cual concentra la quinta parte de las importaciones, aunque también se compra a Honduras y Estados Unidos. Al comenzar la centuria, México exportaba 8.8 veces más pescados y mariscos que los que importaba (633.2 millones contra 71.3 millones de dólares). El año pasado la diferencia sólo fue de 1.2 veces, ya que vendió 957 millones de dólares de productos del mar y compró 739 millones. La reducción es mayor si en el intercambio comercial se incluyen también las preparaciones de pescados, crustáceos e invertebrados acuáticos, cuyas importaciones se quintuplicaron en el periodo mencionado. Hay 49 países a los que México compra pescados y mariscos, pero sólo tres concentran 87 por ciento de las importaciones: China encabeza la lista con 37 por ciento del total, Vietnam tiene 31 por ciento y Estados Unidos 19 por ciento" (La Jornada, Susana González).

Dramático, pues, pero se convierte en situación terrorífica cuando se documenta que los productos referidos no son la excepción, sino la regla, toda vez que México se ha convertido en importador neto de alimentos básicos (número uno en América Latina), de acuerdo con la clasificación de la FAO. De hecho, la información oficial revela que desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (primero de enero de 1994), el país ha importado alimentos por alrededor de 275 mil millones de dólares, y contando, 80 por ciento de los cuales proviene de Estados Unidos, mientras se incrementa el número de mexicanos sin acceso a los alimentos y el campo nacional es una enorme fábrica de pobres.

Tan sólo en 2014 la adquisición de alimentos básicos en el exterior significó una erogación cercana a 25 mil millones de dólares (un monto similar al presupuesto federal que ese año se destinó a la educación pública). En 1994 se importaron alimentos por mil 800 millones de dólares, es decir, casi 14 veces menos que ahora.

A partir de la entrada en vigor del TLCAN –que nos elevaría al primer mundo–, la importación de alimentos básicos no ha dejado de crecer. A estas alturas, cerca de la mitad de lo mucho o poco que se sirven en la mesa de los mexicanos es de importación, cinco veces más que en 1993. Por ejemplo, ese mismo año, previo al arranque de dicho tratado, por importación de maíz se pagaron casi 70 millones de dólares; en 2012, sólo por la compra de ese grano se erogaron más de 3 mil 200 millones, 4 mil 500 por ciento más.

De acuerdo con información del Inegi, sólo en el sexenio de Felipe Calderón se erogaron más de 13 mil millones de dólares por importación de maíz, 177 por ciento más con respecto al gasto que por igual concepto se realizó en tiempos de Vicente Fox (4 mil 700 millones) y 251 por ciento por arriba de lo registrado con Ernesto Zedillo (3 mil 700 millones). En el primer año del TLC –1994, con Salinas de Gortari aún en Los Pinos– México importó maíz por 370 millones de billetes verdes, 35 veces menos que con Calderón.

A estas alturas México importa 75 por ciento del consumo nacional de arroz; 30 del maíz y 42 por ciento del trigo. De 1990 a 2010 la importación de carne en canal bovino se incrementó casi 300 por ciento y más de mil por ciento la de aves. En 2010, comparado con 2009, México importó cinco veces más carne respecto de la que exportó; seis tantos de leche, lácteos, huevo y miel; 12 veces de cereales; 3.6 veces de productos de molinería; 30 veces de semillas, frutos oleaginosos y frutos diversos; nueve veces de grasas animales o vegetales, y tres veces de preparaciones de carne y animales acuáticos, y así por el estilo.

Como se ha comentado en este espacio, ante la terrible realidad el gobierno mexicano intenta defenderse y sostiene su tesis de que México se ubica entre los 15 países que más alimentos producen y ocupa el escalón número 13 en exportación de productos agrícolas, mismos que llegan a un mercado de más de mil millones de consumidores en 45 naciones distintas.

Bien, pero ¿qué exporta? Mayoritariamente (65 por ciento del total) hortalizas, plantas, raíces y tubérculos; frutas y frutos comestibles, y bebidas y vinagre. Y ¿qué compra fuera de sus fronteras?: cereales (maíz en primer lugar), carnes y despojos comestibles; leche, lácteos, huevo y miel; semillas y frutos oleaginosos; frutos diversos y grasas animales o vegetales (65 por ciento del total). Entonces, se puede hacer un esfuerzo y dejar de comer lechuga (pobre en calorías y exportable), pero no cereales y productos cárnicos, que son los que se importan. Lamentablemente el problema no se limita a pescados y mariscos.

Las rebanadas del pastel

Siete lustros atrás el gobierno mexicano pugnaba por la autosuficiencia alimentaria "fundada no sólo en razones económicas y de justicia social, sino especialmente de soberanía, pues los alimentos se usarán cada vez más como elementos estratégicos de negociación y aun de presión". Por ello, "no podemos someternos a las veleidades de la oferta externa" y "si vamos a ser potencia energética, más nos vale, por lo menos, ser autosuficientes" en dicho renglón. A la vuelta de la historia, resulta que México ya no es potencia energética, y mucho menos alimentaria.

Twitter: @cafevega

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Educación superior: los rechazados de hoy

Educación superior: los rechazados de hoy
http://www.jornada.unam.mx/2015/04/04/politica/015a1pol

Educación superior: los rechazados de hoy

Hugo Aboites*

Educación superior: los rechazados de hoy

Son parecidos a los de años anteriores, pero son también muy distintos porque son parte de la generación de Ayotzinapa.

Los jóvenes de hoy rechazados por universidades son como los de años anteriores, porque representan uno de los potenciales de progreso y civilidad más importantes y desaprovechados en este país. Son altamente motivados, intentan ingresar una y otra vez, toman cursos de preparación y, además, se organizan en torno al que es un derecho incuestionable. Ellas, especialmente, porque siempre han debido esforzarse más para remontar atavismos todavía poderosos. Pero todos cuentan con una larga y exitosa trayectoria de 14 años de escolaridad que en los hechos demuestra que pueden hacerse cargo de su educación superior. Se trata también de una generación que ofrece al país algo indispensable: la posibilidad de que, desde el inicio mismo de sus estudios, comiencen a reactivar la política, la sociedad y la economía desde perspectivas mucho más éticas, más ilustradas y críticas que las que tiene un México que –con sólo nueve años de escolaridad promedio– apenas concluyó la secundaria.

Finalmente, como en años anteriores, los rechazados siguen siendo cientos de miles y, por eso, ofrecen la posibilidad de poblar todos los rincones del país con estudios superiores y contribuir a elevar el grado de civilidad y de bienestar general de sus entornos, familias y comunidades. La universalización de la educación básica que arrancó con vigor de los años 30 en adelante hizo que el país diera un salto adelante, abrió paso a muchos de los avances en democracia, fortaleció el tejido social, construyó la infraestructura básica de México y hasta le ofreció, aunque muy mal distribuida, una suerte de prosperidad. La contribución de la educación superior generalizada puede dar frutos aún más importantes.

Estos jóvenes son al mismo tiempo muy distintos porque su exclusión se da en el horizonte de Ayotzinapa; es decir, el momento más dramático de dolor y conciencia de los jóvenes mexicanos respecto de quiénes son en este país, a quién le importan y cuánto valen sus vidas. En el contexto de Ayotzinapa se destaca aún más la terrible contradicción entre lo que pueden ofrecer los jóvenes al país –como lo que arriba someramente se enlista– y lo que el país realmente existente está dispuesto a recibir de ellos. Casi nada, pues es muy claro que el Estado no los quiere en las escuelas, pues no les ofrece lugares; tampoco en el mercado laboral, pues asume un modelo económico que no genera empleos; no en actividades culturales y sociales, pues reprime sus expresiones; ni trabajando con sus padres y hermanos, pues no alienta los negocios familiares. Y no sorprenda entonces que los jóvenes entren en espirales de adicción, embarazo juvenil, sectarismo, pérdida de sentido y de una profunda desesperanza. Con las políticas económicas y sociales, el Estado está diciendo que los quiere fuera, es decir, emigrados, o en las cárceles, o desempleados, frustrados, invisibles y, en el real y simbólico extremo, hasta desaparecidos. En el fondo, simplemente, no los quiere.

Y esta exclusión brutal, más que callada resignación, está generando una profunda conciencia y resistencia. Las protestas de finales de 2014 mostraron claramente la presencia política, masiva y crítica de una enorme cantidad de jóvenes y, mucho más claro que antes, también de adultos, de otros sectores sociales. Los rechazados de hoy son parte (y una de las más sensibles) de ese amplio movimiento contra la exclusión y desaparición. Y las universidades, aunque no lo quieran reconocer, se encuentran en la incómoda posición de escudarse tras el parapeto de las políticas restrictivas y excluyentes del Estado. En este momento en que el mundo mide cuál es la respuesta social que como país damos a Ayotzinapa, sí podemos hacer uso de nuestra voz solidaria y autónoma. Podemos unirnos en un frente común para demandar al Estado más recursos para todas las universidades y podemos enviar a los jóvenes un mensaje nuevo y solidario.

Pero es posible, además, dar un paso concreto y significativo, a partir también de nuestras autonomías: comenzar por hacer mucho más incluyente el acceso a las universidades. Los exámenes estandarizados de opción múltiple de manera sistemática dan preferencia a los ya favorecidos socialmente y colocan al final precisamente a los estudiantes de clases populares, los rechazados, los que en nuestras ciudades están hermanados con los de Ayotzinapa. Nada revolucionario, se trata sólo de recuperar y ampliar para la superior y la media superior los criterios progresistas de inclusión para el ingreso que ya desde hace tiempo se han venido explorando en la UAEM, UAM, en universidades de la misma SEP y, por supuesto, en la UNAM y UACM. Esta sería una demostración clara de que las instituciones cuna de la civilidad, de las ciencias y humanidades no sólo se deslindan de la problemática de la exclusión de los jóvenes achacándola al Estado, sino que están ellas claramente dispuestas a hacer lo mucho o poco que puedan para contribuir a modificar el agresivo ambiente de rechazo contra los jóvenes. Frente al mundo que observa a México, en este momento eso no sería poca cosa.

*Rector de la UACM


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